miércoles, 2 de mayo de 2007

La pregunta "¿Quién somos?" es obstinada hasta la náusea

Me molestan las declaraciones, soy obsesionado con los porqués y creo que cada que se hace una declaración (una afirmación) se me queda a deber una explicación. Psicológicamente lo explico como un rechazo natural a la autoridad. Racionalmente suelo conectar mi reacción con mi creencia en la libertad y la ciencia como caminos a la realización humana.

Me preocupa la necesidad de definirnos, en lo individual y en lo colectivo, ya que siempre encuentro que la única forma de definirnos es compararnos. Las explicaciones científicas no son sino construcciones matemáticas y todas, cada una de ellas se construyen no para explicar sino para predecir. Quisiera poder ser más claro pero cada microexplicación contiene y abarca mucho más de lo que alcanzan mis "brazos-palabras".

La respuesta que buscamos a la pregunta de quiénes somos es incorrecta por definición. El problema lógico que se plantea en el espíritu de la pregunta es, diría Kant, una antonimia de la razón pura: Buscamos la individualidad (como individuos o como grupos) comparándonos frente a lo que no es nosotros (lo que no es yo).

Y el resorte de la pregunta, inextricable, es también antagónico a "los otros", porque justo lo que queremos es aislar lo que nos hace nosotros y no "los otros" El budismo no es sino un paliativo, porque elude la pregunta, o acepta como inevitable la respuesta lógica: No hay "los otros", todos somos uno.

Y no, Occidente se ha construido en la necedad de que no somos uno, sino que cada uno somos. El cristianismo es lo más cercano a la justificación de esa necesidad y carece, por definición, de un axioma válido universalmente: Depende de la fe.

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