jueves, 29 de diciembre de 2016

The thing with hope

El 19 de noviembre de 1984 me despertó un cielo rojo en mi ventana. Mi cuarto daba al nor-poniente, y a unos 8 o 10 kilómetros de mi casa hubo una gigantesca explosión a las 5:40 de la mañana, que era la hora en la que acostumbraba despertarme. Tenía poco tiempo de haber visto "The Day After", acababa yo de cumplir 13 años de edad. Ahora que lo pienso, era yo bastante joven.

Recuerdo que mi primer pensamiento fue "se acabó todo, esto es una bomba atómica". No había la menor lógica en mi pensamiento, la temperatura geopolítica en esas fechas no era ni de chiste TAN grave (como lo fue 4 años antes, con el problema de la embajada de EU en Irán, por ejemplo). Pero la amenaza estaba ahí y uno se iba a la cama, todos los días, pensando que cualquier tornillo se le podía zafar a las superpotencias y pum! amanecíamos todos con las bombas encima.

Por supuesto el móvil era el miedo. Sí, principalmente por la película, pero también por el desconocimiento, por no saber. No sabía que la CDMX no era un objetivo primario de ojivas nucleares en un intercambio entre la URSS y USA. Pero el miedo a la muerte, tan primario, fue mucho más fuerte.

El incidente fue un trágico accidente, conocido como "Las explosiones de San Juanico", en instalaciones de gas y gasolina de PEMEX. Aproximadamente 600 personas murieron y más de 5 mil resultaron heridas. Fue una gran tragedia chilanga que, eclipsada por el terremoto 10 meses después, se recuerda poco.

Desde 1984, hace 32 años, no sentía yo, diría el poeta, la nívea mano de la muerte tan de cerca. Fast foward a 2009, 12 de mayo. Ya había Twitter, pero creo que me enteré por radio, no recuerdo. Murió Antonio Vega, cantautor español, a los 52 años de edad, yo tenía 37. Fue la primera muerte inesperada de un ícono pop mío. Kurt Cobain no fue nunca santo de mi devoción, así que no "sentí" su muerte. Además, creo que el suicidio, quizá mucho más doloroso para los familiares cercanos, es menos doloroso para los que somos fans. El suicidio es una decisión. Incomprensible, pero decisión. La Muerte, cuando decide ella, es, o me sabe, más despiadada.

Y sí, la muerte de Antonio Vega me tomó desprevenido y me cimbró. Creía yo que aún "no le tocaba". Era relativamente joven.

2016 y su increíble récord de famosos muertos, sumado a eventos socio-políticos tan significativos como el Brexit, el No  a los acuerdos de paz en Colombia y la elección de Donald Trump en Estados Unidos han descompuesto por completo mi termómetro emocional con respecto a la muerte y la tragedia. Recuerdo cómo me asaltaban emociones días después de la muerte de Bowie. Ahora, con la muerte de Carrie Fisher (a quien mi psique le debe más incluso que a Bowie), sencillamente ya no pude ni sentirlo. Ya estamos demasiados dispuestos a la tragedia, ya el drama no pega. El mundo se mexicanizó.

Eso que para el mundo es nuevo, la instauración en el poder de un fantoche, las decisiones democráticas incomprensibles, la falta de solidaridad, el empacho de dolor y tragedia, son cosas con las que los mexicanos hemos vivido desde siempre. Elegimos a Obregón y Calles y veneramos, muertos, a Villa y Zapata. Lloramos nuestras penas en la borrachera y la cruda se las lleva al día siguiente, nos deja listos para el dolor que viene. No respetamos la autoridad porque la autoridad nunca nos ha respetado (o es al revés?). No reconocemos valor en las leyes, México inventó el posmodernismo hace 150 años.

En un año donde lo normal hubiera sido que los brutales récords de Michael Phelps y Usaín Bolt y la victoria de los Cubs de Chicago en la Serie Mundial coparan los resúmenes finales, estos eventos son apenas nombrados. Apenas mínimas alegrías que no alcanzan para que el mundo, esa élite global del consumo masivo de contenidos y productos de la que formamos parte los que usamos los Medios Sociales (sí, somos una élite de privilegio) pueda sentir esperanza. Junto con Carrie Fisher, su personaje revolucionario, muere, termina de morir, se muere de nuevo, la esperanza que 2016, machaconamente, nos ha destrozado.

Lo bueno de la esperanza es que necesita muy poquito para revivir. Confío que ese poquito aparezca en 2017 y que, sin la saña con la que este año tuvo a bien el azar atacar, pueda mantenerse viva, aunque sea en forma de cerillito, de vela de posada. De verdad no creo que llegue a más que eso, porque sí, en efecto, vienen años oscuros, donde más nos vale aprender a convivir con la tragedia, a ser mexicanos.