martes, 11 de junio de 2013

Pensar es gratis

He pagado un precio carísimo por no pensar. He estado ya unos cuatro o cinco años en estado vegetativo, apenas pensando lo mínimo indispensable para sobrevivir. El acto de reflexionar (poner la rodilla en el piso, agruparse interiormente, reconocerse) me parece un evento extraño, casi ajeno, como si el que lo hubiese practicado antes fuese otro parecido a mí, pero no yo.

 El desvanecimiento del pensamiento empezó por la fiesta. La misma que Fukuyama anticipó en los 80's, el famoso fin de mi historia. El pico de la civilización personal, el avance profesional. Los 40 años que se acercaban y que anunciaban el inexorable declive. Y por estúpida decisión propia decidí que era hora de fiesta. La cruda de la fiesta ha durado dos años ya.

Pero al parecer, hasta casi sin querer (de hecho, honestamente, sin poner mucho de mi parte sino necia y sorda batalla de permanencia) los pensamientos están ocurriendo sin que yo pueda evitarlo. Las letras regresan, los significados vuelven, y las peleas importantes, los necesarios retos y las colinas por escalar ya están, todas, a la vista. Plenamente iluminadas, de hecho.

 La universidad de los niños (inminente la de Jimena, por construir la de Quimo) y la construcción de nuestro retiro son, a priori, los motivos. No, en realidad es, espero, nuestro segundo aire. La oportunidad que me dieron Edith y la vida de poder volver a intentar construir algo adicional, algo significativo.

 Viajamos en globo hace apenas tres semanas. Sobrevolamos la zona arqueológica de Teotihuacán. Amanecimos levantando un sereno vuelo y regresamos pronto a desayunar y brindar. Retomamos la fuerza de las experiencias. Fortaleza es resistir y acometer. Por mi naturaleza mestiza y la gracia de mis ancestros he podido resistir. Por mi obligación como ser con tanta fortuna, con tanto azar a favor, me toca acometer.